La Antártida Argentina forma parte del patrimonio cultural e identitario de cada ciudadano de nuestro país, desde la infancia misma, cuando en las aulas se trabaja con la silueta cónica de un territorio que se sabe lejano, gélido y propio. En concordancia, forman parte del calendario de conmemoraciones fechas como el 22 de febrero, Día de la Antártida o el 21 de junio, en que se alude al Día de la Confraternidad Antártica.
Para ilustrar a nuestros lectores sobre la historia de aquel pedazo de suelo en el que un grupo de civiles y militares a diario ratifican soberanía con su presencia, Diario Prensa Libre invitó al especialista en temas antárticos, docente y militar retirado, Alejandro Bertotto, a compartir sus conocimientos.
En el microcosmos de un campamento, el humor cambia con el clima. Los días grises y la inclemencia del tiempo se deben compensar. La conciencia del grupo está regida por ese jefe que no pierde el rumbo y por quienes lo secundan: compañeros valiosos que apoyan con su aporte.
A veces, una semana de tormenta en la que no se puede salir ni realizar actividades permite que la buena voluntad haga que el grupo se conozca mejor y se afiance. También se aprovecha para planificar los días futuros.
La asistencia y compañía de quienes tienen experiencia en campañas anteriores brinda confianza y tranquilidad a la convivencia. Su labor y ejemplo enseñan a los demás el valor de un buen compañero.
Y a la hora de mantener el buen humor, como sabemos, la comida hace un gran aporte: congrega y sin dudas lo favorece. De lo contrario, si escasea… obviamente ocurre todo lo contrario. Recuerdo que un domingo, un grupo decidió salir a explorar un área de estudio aprovechando la buena meteorología.
Era mi día libre y me sumé al grupo. Cuando volvimos esa tarde encontramos a todos los que se habían quedado, en cama, descompuestos. ¡Habían utilizado agua de mar para la comida, ignorando que el agua potable se extraía de la laguna!.
También ocurría que el malestar de algunos por la falta de víveres se suplía con el empeño de otros. En una ocasión, alguien salió hasta el hangar, a unos 300 metros, en medio de un temporal de niebla y nieve, para buscar quebracho fraccionado que faltaba y traerlo arrastrando en un cajón grande para mantener calefaccionada la base.
Esta imprudencia hizo que dos personas se arriesgaran al no verlo en medio de la tempestad. Tal era la neblina y el viento que tuvimos que usar una cuerda para atarnos los tres juntos y regresar a salvo.
La Antártida sin dudas, es cosa seria. Es una dama blanca que genera respeto y enamora. De mal carácter a veces… tempestuosa. La Antártida… tan lejos de todo y tan cercana al corazón que añora.
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Diario Prensa