Durante los últimos días, se habló mucho del levantamiento de la serie Dragon Ball Super. A partir de la escena de un episodio denunciado en la que se ve un intento de abuso sexual, surgieron diversas polémicas. Una de ellas, instala el fantasma de la censura.
Los dibujos animados hace tiempo están en la mira de la opinión pública.
Hace cinco años, la agrupación Broadcasting Ethics and Program Improvement Organization (BPO) de Japón había denunciado otro episodio de Dragon Ball en el que el mismo personaje señalado tenía conductas impropias. Este año, de hecho, fue duramente criticada una tira que para la gente de mi generación era un clásico incuestionable: Pepe le Pew, el zorrino apestoso de Looney Tunes, fue señalado por un periodista del diario The New York Times por normalizar la cultura de la violación. Y si mal no recuerdo, el beso del príncipe a Blanca Nieves tuvo un debate muy interesante. El año pasado, en plena pandemia, estuve viendo con mis hijxs algunas de las series actuales, como El increíble mundo de Gumball o Clarence, y algunos episodios, además de sus diálogos, me llamaron la atención por el contenido y vocabulario.
Como suelo decir en esta columna: ¡bienvenido el debate! Primero, separemos la paja del trigo. Porque ni bien aparecen estas polémicas, rápidamente se arman dos bandos. En este caso, están por un lado, quienes defienden la serie y señalan que en el contexto de la historia, el personaje representa el no deber ser (y no, lo que está bien) y que la ficcionalización de este tipo de situaciones les brinda a lxs chicxs herramientas para identificar que el abuso existe y está mal. Por otro lado, quienes piensan que lxs niñxs no tienen que tener acceso a escenas así, ya que podrían naturalizarlas. Frente a este escenario, las páginas o medios masivos que solo buscan clicks o views, replicaron la reacción desmedida de personas que sostienen que por el feminismo, se incrementó la censura. ¡Paren un poco! Eso es un montón, como dicen les jóvenes. Incluso algunas feministas ni siquiera se pronunciaron con respecto a esta polémica. Además, es importante aclarar que según Estela Díaz, la ministra de Mujeres, Políticas de Género y Diversidad Sexual de la Provincia de Buenos Aires, nadie pidió que retiraran la serie del aire, solo se comunicó la defensoría con la empresa que pone al aire Cartoon Network y ellos decidieron levantar la serie; es decir: no fue un pedido en la denuncia.
Si analizamos la escena en cuestión, queda claro que es de un abuso sexual con todos los condimentos que tiene esta problemática: una estructura patriarcal de desigualdad, un adulto que abusa o intenta abusar de una niña y una actitud de los demás personajes que plantea varias cuestiones. En principio, el modo en que está naturalizado el hecho, sobre todo si tenemos en cuenta que existe una jerarquía, porque se trata de un maestro y sus discípulos. Al mismo tiempo, el personaje deja en claro que son sus perversiones que no puede controlar, mientras los otros, que son testigos, no hacen nada para parar esta situación. No le falta nada a la escena. Mientras escribo se me revuelve el estómago.
Por este tipo de actos de contenido violento y sexista, el maestro Roshi, definido por varias feministas como un típico «viejo pajero», es constantemente repudiado en redes sociales por sus acciones. Creo que lo rescatable acá y en lo que hay que poner el ojo es que justamente se hayan producido estas reacciones. Marcan que hay un grado de alerta que antes no había: hay una línea clara de los valores del feminismo y los logros adquiridos y está bien que en eso no retrocedamos.
No hay que censurar: y en eso, creo que muchxs estamos de acuerdo. El episodio nos tiene que servir para saber que debemos estar atentos. Escuché a muchas personas decir: «mis hijos crecieron viendo esa serie y no son violadores». Esto me parece peligroso. Celebro que sus hijos no sean violadores. Pero tampoco podemos obviar que lamentablemente, durante décadas por medio del cine, la televisión o los medios gráficos existió y existe una cultura que reproduce y naturaliza escenas como la que discutimos hoy, y otras donde mujeres son violadas en manada, tratadas como objeto de deseo para el hombre o algo que él puede tomar a su antojo si lo desea. Estoy segura de que todos los hombres que se nutrieron de estas ficciones no son violadores. Pero, dadas las tristes estadísticas de violaciones, femicidios, transfemicidios, travesticidios y otras violencias que sufren las mujeres, debemos estar atentxs y en todo caso, utilizar el debate para abrir la conversación y señalar lo que no está bien, lo que no puede seguir pasando.