Como sucede cada 29 de octubre, el martes último se conmemoró el Día Mundial del Accidente Cerebrovascular – ACV -, una de las principales causas de discapacidad y muerte en el mundo. El ACV ocurre cuando se interrumpe el flujo sanguíneo hacia una parte del cerebro, generando una pérdida de funciones cerebrales con síntomas que varían según la zona afectada. El daño cerebral aumenta con cada minuto que pasa sin atención, de modo que reconocer sus señales y actuar rápidamente resulta esencial para minimizar secuelas.
¿Qué es un ACV?
El accidente cerebrovascular se presenta en dos formas principales:
• Isquémico: causado por la obstrucción de un vaso sanguíneo.
• Hemorrágico: resultado de la ruptura de una arteria en el cerebro.
Ambos tipos de ACV comprometen la oxigenación cerebral, y pueden afectar funciones motoras, de lenguaje, visuales y cognitivas.
Las señales de alerta: la regla de las «5 C»
El 34,1 % de la población desconoce las señales de alerta de un ACV, y en personas mayores de 56 años, la cifra es aún más alarmante, con un 39,9 % incapaz de identificar estas señales, a pesar de que casi todos los encuestados reconocen la gravedad de un ACV. Los especialistas recomiendan recordar las señales a través de una sencilla regla nemotécnica, las «5 C»:
1. Cuerpo: sentir la mitad del cuerpo débil o paralizada, especialmente en la cara, brazo o pierna.
2. Confusión: dificultad para hablar o entender de forma repentina.
3. Ceguera: pérdida repentina de la visión en un ojo o visión doble.
4. Caminata: problemas para caminar, con falta de equilibrio o coordinación.
5. Cabeza: dolor de cabeza intenso, repentino y persistente.
Si alguien experimenta una o más de estas señales, debe acudir a emergencias o contactar al servicio de urgencias de inmediato. La rapidez es crucial, ya que el tratamiento precoz puede reducir las probabilidades de secuelas graves, mientras que el retraso puede derivar en daños irreversibles.
Factores de riesgo y prevención: un llamado a la acción
A partir de los 35 años, ciertos factores incrementan el riesgo de sufrir un ACV, entre ellos, la obesidad, la diabetes y la hipertensión. Cambiar hábitos y controlar factores de riesgo son claves para la prevención: llevar una dieta rica en frutas y verduras, reducir el consumo de sal y grasas saturadas, realizar actividad física, evitar el tabaco y controlar el estrés y la presión arterial son algunos de los hábitos que ayudan a cuidar la salud vascular y reducir el riesgo de ACV.
Secuelas posibles y el impacto en la vida diaria
Las secuelas tras un ACV pueden ser múltiples y afectarán la vida de cada persona de diferente manera. Entre las más comunes se encuentran:
• Parálisis de medio cuerpo (hemiplejia): puede afectar la cara, el brazo o la pierna.
• Afasia: problemas para expresarse, donde la persona intenta decir una palabra y en su lugar dice otra.
• Disartria: dificultad para articular palabras debido a problemas musculares.
• Disglucia: problemas para tragar alimentos sólidos o líquidos.
• Incontinencia: pérdida de control de esfínteres.
Además, las secuelas en la esfera cognitiva pueden incluir alteraciones en la memoria, cambios en el comportamiento y patrones de sueño, problemas de razonamiento y, en algunos casos, demencia.
La mayoría de las personas que sufren un ACV necesitarán rehabilitación para recuperar o compensar las funciones afectadas. Algunos necesitarán cuidados especiales en el hogar o en centros de rehabilitación.
La importancia de la prevención
El ACV es una enfermedad que, en muchos casos, se puede prevenir. Por eso, en el último Día Mundial del ACV, se hizo un llamado a la población a cuidar de su salud cardiovascular y a recordar que «tenemos la edad que tienen nuestras arterias». Tomar medidas preventivas es fundamental para reducir la incidencia de esta enfermedad y vivir una vida más saludable.
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