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«Síndrome de la cabaña», uno de los trastornos que causa el encierro

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El confinamiento que trajo el aislamiento social, preventivo y obligatorio en Argentina suma hasta hoy 55 días (y contando). Son casi ocho semanas en las que, de acuerdo a la teoría y a lo dispuesto por el decreto presidencial que intenta desacelerar el contagio de coronavirus, los ciudadanos no deberían haber abandonado sus viviendas particulares, a no ser por situaciones específicas y contadas (dadas por excepciones o por las flexibilizaciones que se han autorizado).

Más allá de que cada persona vive -por dentro y por fuera- el confinamiento a su manera, es en este tipo de contextos cuando se evidencia el llamado “Síndrome de la cabaña”, algo que además ya se observa con fuerza en los países europeos donde de a poco se implementa la vuelta a la “normalidad”. Y que también se empieza a ver en Argentina, con los permisos que comienzan a otorgarse para salir del encierro (disposición aún vigente).

El nombre de este cuadro está inspirado en aquellas situaciones en que cazadores deben permanecer mucho tiempo encerrados precisamente en una cabaña aislada, dado que en el exterior se encuentran expuestos a un riesgo o al acecho de algún animal salvaje. En este contexto detallado, el hogar se ha convertido en un refugio y donde uno se encuentra a salvo, a tal extremo de que llegado el momento de poder salir -porque el riesgo ya se disipó-, al refugiado se le dificulta la readaptación con la vida exterior.

Esta es la metáfora que da nombre al síndrome y que se está viendo en muchos de quienes deciden enfrentar (aunque sea de a poco) el mundo exterior tras meses encerrados por el coronavirus.

“En estos casos se desata una disputa interna. Por un lado, está el miedo al enemigo en el exterior (que en el caso del coronavirus es invisible), y por el otro está el hartazgo que genera el encierro. Mucha gente opta por salir y asumir el riesgo que eso implica, y que está más relacionado con una reacción adolescente de pensar ‘a mí no me va a pasar’. Es tal la desesperación y tanto lo que uno ya no se soporta a sí mismo a veces, que opta por salir a buscar en el mundo exterior lo que no encuentra en sí mismo. Pero también está la postura más paranoica, de no querer salir hasta que todo pase. Entonces uno se queda en el mundo propio, el conocido. Esto lleva a que algunas personas aprendan a vivir con el enemigo”, destacó el psicólogo Walter Motilla.

El mal menor

Para el especialista, el dilema con que uno se enfrenta en la actualidad se resume en dos posibilidades: o uno sale y se expone al contagio, o se queda encerrado y asume los riesgos del aislamiento. “Hoy prácticamente todos estamos optando por el mal menor, que es quedarse encerrado. Y también decidimos hacerle frente a los costos de ello. Las consecuencias no son tampoco idénticas en todos. Hay quienes se adaptan y se vuelven más calmos y cálidos. Pero en aquellas estructuras más disfuncionales surgen inseguridades, paranoias e hipocondrías. Y aquí es donde se evidencia el ‘Síndrome de la cabaña’”, agregó Motilla.

El especialista ejemplificó justamente con el cazador que se refugia en una cabaña porque hay un oso o un felino que lo pone en riesgo en el exterior. “Cuando el riesgo desaparece, muchas veces esta persona tiene miedo de salir porque tiene la sensación de que el riesgo nunca se fue. El agravante con la situación actual es que el enemigo es un virus. Una tormenta o un oso se pueden ver, y sabemos cuándo se fue. Pero el virus es invisible”, agregó.  

El psicólogo Mario Lamagrande destacó a su turno que, como todo síndrome, en este tipo de cuadros hay síntomas y signos de algo irregular. “El ‘síndrome de la cabaña’ es un trastorno psicosocial, y para que se evidencie tiene que haber un terreno fértil. Por ejemplo, hay personas que en algún momento tuvieron alguna fobia, y en estos contextos tienen recaídas. También hay mucha gente en la que se ve un efecto cocoon (“capullo” en inglés), de encerrarse y encapsularse.Y son personas que tienen temor cuando tienen que salir, un temor que reconocen como irracional”, resumió. Desde su criterio, muchas de estas personas son las que, al inicio de la cuarententa, coparon los supermercados y se hicieron de víveres como si jamás fuesen a salir nuevamente al mundo exterior.

Alertas

Para Lamagrande, hay dos rasgos distintivos que han marcado este contexto de pandemia: el miedo y la coerción. “Hay mucha gente que si no lee que puede salir, no va a salir nunca. Me ha tocado verlo de forma muy marcada en pacientes que tenían el alta hace mucho tiempo por alguna fobia, y ahora han tenido recaídas”.

Hay algunos síntomas a los que se tiene que estar atento, ya que pueden evidenciar las consecuencias del síndrome. Para Lamagrande, subir o bajar de peso de forma abrupta, tener trastornos del sueño, dificultad para concentrarse, la pérdida de placer en algunas acciones, la sensibilidad extrema o el aumento de consumo de alcohol, tabaco y otras sustancias son indicadores de riesgo.

Motilla, por su parte, enumeró otros signos a los que hay que estar atento. Entre ellos, incluyó la baja tolerancia a la frustración, la sensación de pérdida de libertad, el enojo, la irritabilidad, la tristeza (se reviven estados previos que han quedado latentes) y la ansiedad. “Hay especialistas que dicen que lo que estamos viviendo es como la Tercera Guerra Mundial, pero una guerra sin armas, donde el enemigo es un virus que nos tiene a todos encerrados en la trinchera. Cuando salgamos del confinamiento tendremos que encarar la realidad de una forma más creativa a la que lo veníamos haciendo”, concluyó.

También en la ficción

En la ficción el “síndrome de la cabaña” ha sido el eje principal de la trama de distintas obras.

En literatura -y luego adaptado al cine por Stanley Kubrick-, el escritor Stephen King lleva al protagonista de su novela “El resplandor” a experimentar las sensaciones y situaciones más extremas de este trastorno dado por el encierro y el aislamiento. Así es como, en un contexto de aislamiento por temporales de nieve y encerrado en un hotel, Jack Torrance (interpretado en el cine por Jack Nicholson) padece -y hace que su familia lo sufra también- el denominado “síndrome de la soledad inquieta” (SSI). De acuerdo a los conceptos más modernos de la psicología, este hace referencia a “un estado del individuo en que en momentos de aislamiento social padece episodios depresivos, crisis y búsqueda de compañía que le libere de los pensamientos irracionales de la mente”.

En “Frozen”, Elsa sufre un trastorno similar, aunque este se evidencia con más fuerza en el cuento original en el que se basa la película de Disney: “La reina de las nieves”, de Hans C. Andersen.

La serie “Lost”, además, también trató del tema y uno de los capítulos de la cuarta temporada se llamaba justamente “fiebre de la cabaña” (“Cabin Fever”).

Los que se arriesgan

El psicólogo Walter Motilla destacó que, como contracara del “síndrome de la cabaña”, aparece otra reacción también: la de los que se hartaron y quieren salir de su casa, a pesar de los riesgos. Y destacó que desde su lugar ha observado a mendocinos con estos cuadros, ya sean pacientes o allegados, que experimentan una saturación del confinamiento.

“Hay tanta saturación que, de a poco, la gente empieza a programar salidas. Quedan expuestos a riesgo de la desinformación o de la irresponsabilidad. Pero lo cierto es que estamos entrando en una especie de flexibilidad que cada uno define, y es riesgosa”, aportó

Fuente: Critica Sur