Cada vida es única e irremplazable. Por eso, en el momento del desenlace, se requiere del acompañamiento de familiares y profesionales de la salud.
La relación empática entre el profesional y el paciente es crucial a la hora de afrontar una planificación del tratamiento. (Foto: Adobe Stock)
Hoy, el cáncer vuelve a ser tapa de todos los diarios y los medios televisivos. Años atrás, no hubiéramos imaginado que esta patología escalara al segundo lugar dentro de las causas médicas de muerte, detrás de los eventos cardiovasculares. Por supuesto, esto se relaciona con la prolongación de la expectativa de vida a nivel nacional e internacional.
El cáncer es una enfermedad en la cual se producen mutaciones genéticas (a nivel del ADN y ARN) que ocasionan una pérdida de la función natural de las células. Y, de esa forma, comienzan a desempeñar distintos tipos de comportamiento.
Es decir, las células tumorales se tornan indiferenciadas, crecen de manera descontrolada, invaden órganos o estructuras vecinas y tienen la capacidad de hacer metástasis (diseminación a distancia). Estas cuatro características las diferencian de los tumores benignos que, por el contrario, son células diferenciadas, no invaden estructuras vecinas, tienen una velocidad de crecimiento muy lento y no pueden realizar metástasis.
El cáncer no es una enfermedad infecto-contagiosa. Se puede originar por diversos factores, tanto genéticos y no genéticos, como dietarios, ambientales o infecciosos.
El agente ambiental más importante que puede dar origen al cáncer es el tabaco. Lo sigue el alcohol, el sol, la radiación, las exposiciones a asbesto y diversas ocupaciones laborales; también el sedentarismo y la obesidad,junto a la alimentación no equilibrada. VIH, VPH y hepatitis B son enfermedades infecciosas que pueden aumentar el riesgo del desarrollo de patologías oncológicas.
En la Argentina, viven unos 45 millones de personas. De ellas, según los datos del Centro Internacional de Investigaciones sobre el Cáncer del 2018, 130.000 desarrollan cáncer por año, mientras que las cifras de muertes causadas por complicaciones de esta patología rondan las 69.000.
A medida que pasan los días, los meses, los años, nos vamos encontrando con más personas con diagnóstico de cáncer y, según las estadísticas, en un futuro mediato, uno de cada tres individuos tendrá esta afección a lo largo de su vida.
Por eso, la idea central es la prevención, concientización y la detección temprana. Estoy convencido de que con esas conductas se reducirá significativamente la tasa de fallecimiento.
El estilo de vida que llevamos -sin excluir las causas genéticas- implican una mayor incidencia en adultos jóvenes.
Cada vida es única e irremplazable, por tanto, el momento en el cual se produce el desenlace, se requiere del acompañamiento de los familiares, los allegados y del equipo de salud (médicos, enfermeros, psicólogos) necesarios para que el paciente pueda partir en paz.
Durante esta cuarentena y aislamiento social estamos viendo situaciones tan fuera de lo habitual que generan un estado de tensión, agresión, angustia, depresión, ansiedad, miedo, insomnio y otros sentimientos fuera de lo común.
Desde este lugar, como médico oncólogo y profesional de la salud, me solidarizo con todos aquellos enfermos de cáncer y familiares que mantienen un distanciamiento no deseado por nadie, pero necesario para reducir el riesgo de contagio por coronavirus.
Por suerte, los oncólogos estamos contando con más herramientas terapéuticas y diagnósticas para poder encontrar el “traje a medida” para cada paciente. Más allá de lo que logremos desde el punto de vista científico, hay que centrarse en el punto del “humanismo médico”, ya que la relación empática entre el profesional y el paciente es crucial a la hora de afrontar una planificación del tratamiento.