Argentina

Esperando la carroza

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“Yo hago puchero, ella hace puchero.

Yo hago ravioles, ella hace ravioles”.

Diálogo de Elvira (China Zorrilla)

Hoy, 6 de junio, se cumplen 36 años del estreno de la mejor comedia realizada en el cine argentino. Llegaba a la pantalla grande «Esperando la carroza», una genial pieza del sarcasmo y grotesco humor rioplatense dirigida por Alejandro Doria y escrita originalmente para el teatro por el dramaturgo rumano nacionalizado uruguayo Jacobo Langsner.

Protagonizada por un elenco de primerísimo nivel que contó con China Zorrilla, Luis Brandoni, Antonio Gasalla, Julio de Grazia, Betiana Blum, Mónica Villa, Juan Manuel Tenuta y en papeles subsidiarios con Darío Grandinetti y Enrique Pinti, la película desnuda la hipocresía de una clase media cínica y petulante encarnada en la pareja de Antonio Musicardi (Brandoni) y Nora (Blum) que fingen lazos de pertenencia familiar más allá de las diferencias que tienen a nivel socioeconómico con el resto de la parentela.

Jorge Musicardi (de Grazia) y sus hermanos menores Sergio (Tenuta), Emilia (Lidia Catalano) y Antonio son hijos de Mamá Cora (Gasalla), una anciana mujer descendiente de italianos que crió a sus hijos con abnegación doméstica y cuya avanzada edad comenzó hace tiempo a ocasionarle trastornos de convivencia. Octogenaria y viuda, Mamá Cora vive con su hijo mayor, Jorge y su esposa Susana (Villa), la familia con menores recursos de los Musicardi, aunque a los ojos del pedante hijo menor Antonio, ellos transitan «una pobreza digna».

Una trama enredada

El desborde se produce cuando Mamá Cora arruina una mayonesa que había preparado Susana, agregándole azúcar al creer que se trataba de un flan. Susana, al borde de la histeria por la impotente situación de tenerse que hacer cargo todos los días de la madre de Jorge y existiendo dos hermanos más que no ayudan en nada, decide tomar el toro por las astas y dirigirse a lo de Jorge para reclamar la tenencia compartida de la anciana. Claro que el cometido no será una empresa sencilla, pues la espera una muralla acorazada llamada Elvira (China Zorrilla), la voluptuosa y verborragica esposa de Jorge.

Cuando Susana llega a lo de Jorge y Elvira, se encuentra con la enternecedora visita de Antonio y Nora, que han llegado un domingo de «reconciliación nacional» para almorzar los exquisitos ravioles que debía prepara Elvira para la ocasión. Pero para mal de muchos, aquel día caluroso cortaron el agua…

Mientras tanto Mamá Cora que ha quedado sola en la casa, decide salir a dar un paseo y en el errante devenir del alzheimer, termina cuidando el hijo de una vecina que emperifollada y preparada para la batalla carnal de la nocturnidad, no le importa dejar a su pequeño al cuidado de una anciana que apenas distingue en qué año del calendario gregoriano se encuentra.

“Son los zapatos de mamá”

Luego de discusiones, peleas y situaciones hilarantes gracias a los constantes anticlímax de la historia y las descollantes actuaciones, los Musicardi y sus respectivas mujeres pronto comprobarán que Mamá Cora ha desaparecido. El cadáver no identificado de una mujer de avanzada edad arroyado por una locomotora y encontrado a la vera de las vías del barrio, hace presumir un suicidio de la anciana.

Gracias a los contactos que el adinerado Antonio tiene con «la pesada», logran visitar la morgue y Jorge logra «identificar» a su madre tras reconocer sus zapatos. «¡Son los zapatos de mamá! -grita entre sollozos descontrolados mientras abraza el calzado azabache de la difunta. Mientras tanto, la agobiante culpa que sienten ahora Jorge y Susana es amplificado por las réspedes opiniones de Elvira y la infructuosa mediación de Nora, mientras los hermanos intentan que no se mancille la memoria de su madre.

Mientras las mujeres se pasan las facturas morales en relación al abandono de personas, las infidelidades y todo otro tipo de «trapitos al sol», la familia en su conjunto se obstina en destacar las miserias del otro y nadie alcanza a intuir que Mamá Cora se encuentra con vida en un departamento de la esquina cuidando un niño, divagando en recuerdos y vivencias poco claros.

En resumidas cuentas, terminan velando en el domicilio de Sergio y Elvira el cadáver de una húngara desconocida hasta que, a la espera de la carroza fúnebre, Mamá Cora hace su estelar aparición y encuentra por fin a la «familia unida».

Un sentido sarcástico de la realidad

Personajes grotescos, debatiéndose entre la picardía, la elocuencia y la histeria pincelarán esta obra maestra del humor, con frases y situaciones que pasan de generación en generación y aún hoy son utilizadas para decorar de sentido sarcástico la realidad que nos circunda.

Las tres empanadas de Antonio desnudan una clase media hipócrita y utilitarista, con la doble moral de la sensibilidad por la carencia mientras mantiene el bolsillo lleno fruto de la especulación financiera. Con su mirada altanera hacia la clase media baja, puede recordar los domingos que forman parte de una familia extensa que merece un respeto sincero que no están dispuestos a practicar.

El «ahí lo tenés al pelotudo» que propina Antonio a «Cacho» (Darío Grandinetti) es la soberbia de la mirada propia, descalificando a lo diferente. En ningún momento se pone a pensar que Cacho puede sufrir alguna discapacidad cognitiva. Los 80s seguramente no fue la década del respeto y consideración por las personas con discapacidad.

«El torno no es la picana. El torno sirve para curar» que Antonio le aclara por teléfono a Venigno, su amigo oficial de Policía con dolor de muela que lo ayudará en la pesquisa de Mamá Cora, revela el pasado macabro del terrorismo de Estado y las redes de poder de aquella clase media acomodada por la patria contratista, la bicicleta financiera y el «deme dos». Antonio es claramente uno de «ellos».

Estas y decenas de frases y elocuentes escenas hacen de Esperando la Carroza la mejor película de humor argentino de la historia. ¡Feliz aniversario para esta joya del séptimo arte jamás superada y que nos enseñó tanto sobre nosotros mismos!

Fuente: Diario Prensa