Según la OMS “En 20 segundos puede ahogarse un bebé y en 30 un niño”.
Aunque la creencia general es que este tipo de hechos ocurre con mayor frecuencia en piletas, ríos o mar, los incidentes domésticos arroja año a año una gran cantidad de pequeñas víctimas.
Cuando pensamos en los riesgos que el agua representa para los niños, en general los asociamos con ámbitos recreativos como piletas, arroyos, ríos, y mar. Y es real que estos lugares pueden resultar muy peligrosos tanto para niños como para adolescentes. Sin embargo, también un balde, un inodoro o una bañera con poca agua son suficientes para que un niño pequeño se ahogue.
En Argentina, el ahogamiento es la segunda causa de muerte en niños de 1 a 15 años, detrás de los accidentes de tránsito. Antes de los 5 años, esto sucede generalmente en piletas de clubes o familiares, con la presencia más o menos cercana de algún adulto. En el caso de preadolescentes y adolescentes, incluso de aquellos que nadan aceptablemente, son los arroyos, ríos, lagos y el mar los lugares que representan mayor riesgo.
No obstante el ámbito doméstico también entraña grandes riesgos particularmente para los más chiquitos porque los niños pequeños no tienen el reflejo de levantar la cabeza si se están ahogando aunque el resto de su cuerpo esté fuera del agua. Por ello, no deben dejarse palanganas, baldes o tachos con agua, y la bañadera debe vaciarse inmediatamente después de sacar al niño de ella. Solo 10 cm de agua son suficientes para que se ahogue un bebé. También debe bajarse la tapa de los inodoros, ya que los niños pequeños tienen la cabeza muy grande en proporción al resto del cuerpo. Si se caen dentro del sanitario, no pueden salir.
La Sociedad Argentina de Pediatría recomienda la “visión directa permanente” en piletas de clubes, aguas abiertas o la bañera de la casa, en lactantes y niños pequeños. ¿Y qué implica la visión directa de un niño en el agua? Qué debe estar a cargo de un cuidador responsable, con capacidades físicas e intelectuales aptas para socorrer. Además, no están permitidas distracciones mínimas como revisar el teléfono celular, cebar mate ni hojear un diario.
Un caso fatal
El sábado 23 de julio se ahogó en Ushuaia, en la bañera de la casa familiar, un niño de 4 años de vida.
Su madre refirió que se había dado un baño de inmersión y que al salir, su hijito le pidió entrar al agua. La mujer se retiró a una habitación contigua a vestirse y cuando regresó al baño, declaró, el niño yacía boca abajo, sin signos vitales.
La estadística indica que en apenas 20 segundos se puede ahogar un bebé y en 30 un niño y si el cerebro no recibe el oxígeno suficiente, pueden producirse daños graves en apenas tres o cuatro minutos. La pérdida de conocimiento sucede en dos minutos.
La OMS aporta otro dato estremecedor: aunque solo suelen trascender las cifras de fallecimientos, por cada niño que muere ahogado, otros cuatro están hospitalizados. Muchos nunca se recuperan del daño cerebral que ocurre en la inmersión.
Una sobreviviente
En el mes de enero del 2021, la sargenta primera de la Policía provincial, Paola Medrano, de la Comisaría 4ta de Río Grande, le salvó la vida a una pequeña niña. Le hizo resucitación cardiopulmonar hasta lograr que la beba volviera a respirar.
La noche del tercer viernes de enero, una mujer dijo haberse descuidado y perdido de vista a su hijita de 11 meses de vida, con quien estaba en la casa. La encontró – diría – semi sumergida en un balde con agua y lavandina en el que estaba lavando ropa. El cuerpito exánime le hizo temer lo peor. Y pidió ayuda a la Policía.
La sargento Medrano llegó minutos después y sin dudar comenzó a practicarle a la nena, masaje cardíaco constante hasta que se produjo el milagro: volvió a respirar.
Sin parar, mientras el patrullero se dirigía veloz al hospital, siguió y siguió hasta que la tarea pudo ser continuada por una pediatra del nosocomio, quien – advertida de antemano – esperaba en la guardia.
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