Argentina

El porqué de los tatuajes

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La moda no es el único disparador del deseo y elección de tatuarse, cómo influyen el psiquismo colectivo y el individual.

Si bien parecen una moda, los tatuajes tienen múltiples significaciones y expresan rasgos de cada subjetividad casi desde el comienzo de los tiempos. La doctora en Psicología y psicoanalista Hilda Catz estudia el tema con una aguda mirada en Tatuajes como marcas simbolizantes (Ricardo Vergara Ediciones). Su investigación se vale de casos clínicos y del análisis de películas. Catz focaliza en los adolescentes y adultos jóvenes, aunque aclara que «no es algo exclusivo de estos grupos etarios». Toma a los tatuajes como «cicatrices reveladoras» que tienen que ver «con las problemáticas planteadas en torno a las particularidades de las inscripciones parentales en nuestra cultura», según afirma sobre el núcleo de su investigación.

Catz señala que en el tatuaje existe un cruce entre los determinismos socioculturales y la historia singular de los sujetos. ¿De qué manera se evidencia esto? «Con esto me refiero a la relevancia clínica que tienen los tatuajes para el proceso psicoanalítico. Considero que la piel es, de alguna forma, como un lienzo, y fue utilizada desde el principio de los tiempos con diferentes fines: protección, valor sagrado, pertenencia a la comunidad, testimonio, homenaje… A través de la piel se transmite y se genera un sentido de existencia. O sea que hay que rechazar el argumento de la moda como único disparador del deseo y elección de hacer un tatuaje. Siempre nos encontramos con el psiquismo colectivo y el psiquismo individual que va dejando trazas de una presencia enigmática, como develando nuevos horizontes de significaciones a ser descubiertos”, explica Catz, miembro de la Asociación Psicoanalítica Argentina.

–¿Qué pueden aportar los tatuajes al acto analítico?

–Pueden aportar muchísimo porque tienen que ver con el psiquismo individual. Lo mejor que puedo transmitir de esto es través de un poema de Felisberto Hernández, el famoso poeta uruguayo, considerado el «Borges uruguayo». Tiene una frase: «Yo sé que por el cuerpo andan pensamientos. Yo sé que por el cuerpo andan pensamientos descalzos, y no todos suben a la cabeza y se visten de palabras». Acá hay un punto que me interesa: la importancia significativa y el potencial simbolizante de los tatuajes, ya sea como función social, como expresividad artística pero también plasmadas en un cuerpo individual que, de alguna manera, es mediador entre el yo y la sociedad. Por medio del tatuaje se hace presente lo ausente.

–¿Puede haber en el acto de tatuarse una producción inconsciente del sujeto?

–Absolutamente. Es una producción inconsciente del sujeto. Se expande, se libera, de alguna forma recompone lazos de identidad y, en algunos casos, modificaciones corporales como formas de escapar. Se escaparon de los lugares marginales y clandestinos que tenían antes. Por supuesto que están atravesados por la dictadura de los mandatos biopolíticos, de los medios de comunicación, pero a diferencia de lo efímero de la moda tienen algo de perpetuidad. Y hacen un trastoque de lo público, de lo privado. Son biografías inscriptas en el cuerpo. Un paciente me dijo: «Ahora, en vez de escribirnos cartas nos hacemos tatuajes». Hay algo de eso que está debajo de la piel que se puede ver desde adentro del cuerpo como desde afuera y tiene una fuerza y un potencial simbolizante que yo le atribuyo en la sesión analítica, cuando aparece, el valor de un zip (un término de computación que implica descomprimir archivos): si lo podemos «abrir» (porque no podemos abrir todos los zip) ahí está toda la información condensada de esa persona.

–¿Se pueden establecer diferencias entre quienes se tatúan un pequeño dibujo y quienes prácticamente deciden tatuarse todo el cuerpo?

–Sí, por supuesto. El tatuarse todo el cuerpo es cuando se transforma en adicción. Hay un abanico que va desde lo neurótico que somos todos, donde siempre debajo del tatuaje yace una pérdida. Esto no quiere decir algo condenatorio sino todo lo contrario: es como un intento de elaboración de duelos.

–Claro, porque muchas veces el tatuaje tiene que ver con mantener vivo el recuerdo de una pérdida, ¿no?

–Exactamente. Pero respecto de la otra pregunta, una cosa es hacerse un tatuaje, dos, tres o cuatro, y otra cosa es no poder parar de hacerse tatuajes; es decir, la persona puede sentir que hizo su homenaje, que hizo un testimonio y otra cosa es cuando no se puede parar de hacer tatuajes que ya estamos en el terreno de la no dicción, de la adicción. Una cosa es una persona que se hace un tatuaje y te cuenta una novela fascinante de ese tatuaje, o te cuenta un relato, te narra una historia, te emociona. Hacen todo un recuerdo y hacen un intercambio. Ahí estamos en el terreno de lo que somos todos, neuróticos, donde ese grito en busca de asidero muestra que hay una apropiación del cuerpo, una especie de firma de recibido, y se transforma en un proceso potencial de simbolización. Y otra cosa es cuando no se puede parar, donde tampoco podés preguntar porque la persona se cierra, no puede hablar de eso. No hay elaboración.

–¿Todo tatuaje es un enigma?

–Sí, y para mí es un grito en busca de asidero; o más que un grito, podemos decir un llamado en busca de asidero. Y siempre se constituye en un enigma. También es importante el diseño de lo que se elige para tatuarse, la zona del cuerpo, el momento de la vida en que se lo hizo, sobre todo el primero. Yo siempre pregunto por el primero, el momento de la vida en que se hizo el tatuaje, qué estaba pasando en su vida en ese momento, qué dijeron del tatuaje en su entorno. Entonces, allí se va estableciendo una posibilidad de reflexión alrededor, de trabajo creativo, de pasar a la dicción. Yo trato que el tatuaje pase a la narración, respetando su valor de tatuaje, de diseño, de arte, pero que pueda pasar a la narración en el encuentro con otro. Entonces, ese tatuaje abre a una complejidad y multiplicidad de significados, que es distinto cuando está todo el cuerpo tatuado y no hay por dónde entrarle porque ya pasa a ser como una fortaleza. Una cosa es que sea para la comunicación con el otro y otra cosa es cuando es una especie de fortaleza inexpugnable.

–Si antes era un símbolo de virilidad tener un tatuaje como, por ejemplo, podía ser el caso de los marineros, ¿hoy con qué se lo puede relacionar?

–Ante todo tenemos que relacionarlo con el pensamiento complejo que habla Edgard Morín. El tiene un libro, Agujas en la piel, en el que hace un breve recorrido histórico del tatuaje. Por supuesto que los dibujos son una práctica multicultural y arte en el cuerpo para la cultura occidental que se circunscribía a determinadas clases en algún momento, que no tenía legitimidad; tenía un esquema primitivo punitivo del que aún no se desembarazó del todo. Pero al mismo tiempo fue ganando terreno y empezó a ser algo así como una especie de escenificación para los demás. Con el soportar el dolor y la picazón de esa aguja se busca también obtener un cuerpo significado cargado de sentido, ya se trate de un hombre o de una mujer. Y también ahí esto lo determinará la ubicación en las geografías corporales diferenciadas. En general, los tatuadores te dicen: «Este dolor no es nada comparable al dolor que ya sufriste». Ahí nos remite a que se usa mucho como homenaje, como testimonio, como pertenencia a un grupo.