Por Victoria Herrainz, Licenciada en Ciencia Política UBA y Maestranda en Estudios Antárticos UNTDF
Este término, de origen francés, debe pensarse teniendo en cuenta el contexto en el que surgió. Surge en un escenario de inestabilidad representativa de la V República, de partidos altamente indisciplinados, con un parlamento que no conocía de mayorías, por eso el diseño de herramientas electorales que tiendan a la mayoría fue planteado para otorgar mayor legitimidad a la gobernanza de las instituciones incipientes.
¿Cómo se incluye esta herramienta en la historia de nuestro sistema electoral? El general Lanusse en el marco de la dictadura autodenominada “Revolución Argentina” firma en 1972 el decreto ley Nº 19.862 y establece como requisito alcanzar una mayoría absoluta (del 50+1) para alcanzar la máxima investidura del Poder Ejecutivo Nacional.
La intencionalidad implícita de la medida era clara: establecer pisos dificilmente alcanzables para el peronismo, posiblemente alcanzable para el resto de los partidos aglutinados.
Para comprender su funcionamiento, es vital destacar los resultados de la primera elección donde se aplica esa herramienta: en las elecciones presidenciales de 1973 Héctor Cámpora sacó 49,56% de los votos, quedando a menos de medio punto para alcanzar la mayoría absoluta. En segundo lugar quedó el radical Ricardo Balbin, quien obtuvo menos del 22%. El régimen electoral establecido por Lanusse obligaba a los candidatos a competir en una segunda vuelta, pero Balbin se anticipa, reconociendo la legitimidad del apoyo popular en el resultado de Cámpora, priorizando la valorización del proceso democrático que tanto costó conseguir, y entendiendo la peligrosidad de generar un clima de enemistad social que tanto daño estaba haciendo a la Argentina en ese momento. El candidato radical declinó participar en la segunda vuelta y Cámpora fue declarado presidente.
Un dato no menor: tan antiperonista era la ley de Lanusse, que si los dos primeros candidatos sacaban menos del 66,66% de los votos totales emitidos, podían combinar a sus candidatos de vicepresidentes en la segunda vuelta con tal de acceder a esa legitimidad de origen pretendida.
Si se analiza la situación del ballotage en la Argentina, particularmente lo que pasa en las elecciones de orden subnacional, es posible identificar que de 24 distritos electorales, -23 provincias y la Ciudad Autónoma de Buenos Aires- solo dos requieren mayoría absoluta para ganar una elección ejecutiva: Tierra del Fuego, Antártida e Islas del Atlántico Sur desde 1994 y CABA desde 2003. Mientras que los 20 distritos restantes establecen mecanismos de mayoría simple: quien saca más votos, gana.
Se entiende desde un análisis contextual, que la herramienta de la segunda vuelta se va a incorporar en el orden subnacional como consecuencia de lo que se implementa a nivel nacional en la reforma constitucional del año 1994 respecto de lo que establece para la elección presidencial: una lista debe obtener más del 45% de los votos, o más del 40% con una margen de ventaja de mínimo 10 puntos porcentuales entre la opción más votada y la segunda. De no ser alcanzado este porcentaje, se recurre a una segunda vuelta entre las dos listas más votadas a realizarse en los próximos 30 días desde los comicios de la primera vuelta.
Incluso en ese caso, es una mayoría específica del 45 por ciento, porque se entiende que la voluntad popular se expresa con robusta legitimidad para definir a sus gobernantes sin necesidad de alcanzar un margen mayoritario que no deje espacio para otros proyectos, otras candidaturas o la representación de intereses diversos que se reparte en el 55% restante del electorado.
Analizando la primera vez en la que efectivamente se realizó el ballotage en la Argentina desde su incorporación al sistema democráticoen 1994, en el año 2015 fueron a segunda vuelta Daniel Scioli y Mauricio Macri, se definió la presidencia por casi 700 mil votos.
Acaso existió mayor legitimidad de origen, o se oficializó el abismo que separa a las posturas del espectro político de la Argentina hoy mediáticamente denominada, la grieta, con familias argentinas que se peleaban rotundamente y dejaban de compartir la mesa, por enemistades políticas, por estar de uno u otro lado del río.
Trabajar en política es querer tender a los consensos, a los acuerdos, hacia el encuentro de un proyecto en común, es en el centro del espectro donde se encuentran las opiniones sobre la ciudad que queremos construir.
Ahora bien, en el caso de la falta de representación de electores de partidos minoritarios, otra de las consecuencias puede ser un aumento del voto en blanco, hecho que en nuestra provincia se da en el Poder Legislativo en forma sostenida desde 2011: 1 de cada 4 personas vota en blanco. Se sobreentiende entonces la importancia de fomentar una participación efectiva y no tender a excluir representaciones minoritarias.
En este mismo sentido, el uso de la segunda vuelta puede conducir a la desaparición de partidos incipientes y/o minoritarios y en la misma proporción fortalecer a los partidos mayoritarios, suprimiendo diversidad de voces en el escenario electoral.
¿Resulta adecuado y conveniente el establecimiento de un tablero político en el cual se ha producido una polarización irreversible?
Entendiendo el contexto nacional y regional en el cual se desarrolla el proceso histórico de modificación y actualización de la Carta Orgánica de la ciudad de Ushuaia, los y las convencionales tienen la oportunidad de establecer mayorías representativas que no sean excluyentes, cuyos resultados encuentren a los ciudadanos y las ciudadanas construyendo consensos y restando importancia a las tribunas de enemistad política que fomentan los shows mediáticos. La democracia argentina es resultado de nuestras acciones cotidianas. Hagamos honor a quienes dieron su vida por ella.
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