Interés General

La salud mental en los Juegos Olímpicos

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Hablemos de algo que no solo le pasa a los deportistas de alto rendimiento…

Con la mirada puesta en los juegos olímpicos de Tokio, varios medios de comunicación alertaron sobre la salud mental de los deportistas de alto rendimiento. The New York Times señaló: “El año pandémico alteró las rutinas de entrenamiento de los deportistas y dejó a muchos deprimidos, ansiosos y en busca de una contención psicológica.”

La presión por las expectativas olímpicas, intensificada luego de haberse suspendido los juegos del 2020, generó malestar en muchos de los participantes. “Sentía esta tensión todo el tiempo”, dijo Sam Parsons, corredor germano estadounidense para el mencionado periódico, quién además contó que sufrió ataques de pánico. “Y conozco a muchos atletas que se presionaron hasta ponerse en peligro tan solo porque todos nos moríamos de ganas de llegar a Tokio. Mucha gente mantuvo el pie en el acelerador durante mucho tiempo y todos tenemos un límite”.

¿Qué aportes podemos ubicar desde el psicoanálisis para entender de qué se trata esta presión? La exigencia que se autoimpone una persona se relaciona con una instancia psíquica, denominada “superyó”, heredera del complejo de Edipo y los mandatos parentales internalizados, que aloja la ley, las reglas, la consciencia moral y los ideales. Cuanto más tomado se encuentra un sujeto por el superyó, más estricto, enjuiciador y culpógeno es, respecto de sus actos. Sigmund Freud señalaba: “El superyó del niño no se forma a imagen de los padres, sino más bien a imagen del superyó de éstos; se llena del mismo contenido, se convierte en el representante de la tradición, de todos los juicios de valor, que de este modo persisten a través de las generaciones”. Con el correr del tiempo, sobre dicha base, se añaden las aportaciones de las exigencias sociales y culturales.

Ahora bien, en su origen remite a aquellos lugares que ocupamos en la relación con nuestros primeros lazos y la respuesta que, a lo largo de la vida, dimos a la pregunta: ¿qué quiere el otro de mí? ¿qué lugar ocupo en su amor? Esa respuesta, en general de tinte masoquista, que se encuentra en pensamientos como  “tengo que ser buen estudiante, exitoso en el trabajo, comportarme de tal o cual manera”, etc., es la responsable de que busquemos siempre adecuarnos a determinados parámetros, en la creencia de que allí radica nuestro valor.

Esa presión, cuando no es tratada, puede manifestarse en el cuerpo (dolores de cabeza frecuentes, malestares gástricos o intestinales, afecciones en la piel, etc.) o a nivel psíquico (dificultades para dormir, ataques de pánico, angustia constante, entre otras). En algunos casos estas exigencias aparecen con un grado consciencia, de insight, que permiten al sujeto replantearse su propio lugar, mientras que, en otros, queda puesta en un agente externo (situación o persona) que es percibido como aquél que exige desmesuradamente y del cual el sujeto no puede escapar. Aquí podríamos a su vez diferenciar aquellos casos en que dicha exigencia surge porque cualquier comentario de un tercero, por más que sea algo sutil, la persona lo toma como un mandato o cuando efectivamente el tercero aparece exigiendo. En esta última situación, el sujeto tendrá que replantearse, qué posición tomar, qué límite poder instaurar, para no quedar en el lugar de objeto. Es decir, poder correrse de tener que cumplir lo que el otro quiere para preguntarse: “¿qué quiero yo?”.

Convivir con esa presión constante, puede tornarse muy aplastante y desmotivador, porque en el afán de cumplir con todo aquello a lo que nos sentimos obligados, nos terminamos alejando de nuestro propio deseo. El temor a no cumplir con las expectativas que otros tienen sobre nosotros, los continuos autorreproches, la frustración derivada de los altísimos objetivos propuestos, pueden decantar en distintos padecimientos mentales.

El gimnasta Sam Mikulak, la tenista Naomi Osaka y el nadador ganador de veintiocho medallas olímpicas Michael Phelps, entre otros, también se animaron a contar sus experiencias en este sentido, para que la salud mental deje de ser un tabú en el mundo de los deportistas de élite: “Luego de clasificar a su tercer equipo olímpico por Estados Unidos hace unos días, el gimnasta Sam Mikulak contó que había caído en depresión luego de que se pospusieron los Juegos de Tokio. Durante mucho tiempo, dijo, había vinculado su autoestima a sus logros atléticos. Buscó ayuda de profesionales en salud mental para encontrar un mayor equilibrio en su vida.” (The New York Times).

Pero esto no les pasa solamente a los deportistas de alto rendimiento, es un lugar en el que todos eventualmente podemos quedar, cautivos de sobre exigencias de las que no sabemos cómo salir. La propuesta frente a este tipo de malestar es poder cuestionarnos esas posiciones naturalizadas, esas respuestas automáticas. Poder preguntarnos sobre sus orígenes, conmover certezas e identificaciones fuertemente arraigadas, porque es desde ahí, desde donde se habilita un cambio posible, una respuesta distinta. El problema es cuando pensamos que determinadas características forman parte de nuestra personalidad y entonces las creemos inmodificables o cuando percibimos una situación como “sin salida”. Siempre podremos formular nuevos enunciados, elegir otros caminos y hacer algo diferente con lo que nos genera sufrimiento.


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